(Por Moisés S. Palmero Aranda Educador ambiental) Desempolvo el barquito de cáscara de nuez de mi infancia, para hacerme a la mar y unirme a la flotilla que navega en misión humanitaria hacia Gaza para llevar gotitas doradas de miel. Va adornado con velas de papel, rescatadas de la Declaración de los Derechos Humanos, con la ilusión de que el sol la haga resplandecer y el viento esparza sus principios.
Descarté construirme con ella un barquito de papel porque cuando se empapase, se hundiría, se desharía en partículas diminutas que se perderían en la inmensidad del océano y se mezclarían con el papel mojado de todas las leyes internacionales con las que intentamos protegernos de nosotros mismos y que a la hora de la verdad no sirven para nada.
Es por eso que, a diferencia del mosquito que iba muy seguro de ser buen timonel, navego con temor. No por las olas, el viento o la negra tempestad, sino porque nos enfrentamos a la sinrazón, a la locura, al odio, a la avaricia y a la falta de sensibilidad, comprensión, empatía y humanidad del ser humano.
Esta vez sí hay razones para echarse a temblar y no nos valdrá con reír, remar y cantar esperando a que el cielo esté muy azul, porque navegaremos sobre la sangre de inocentes, de civiles, de periodistas, de niños, mujeres y hombres que solo quieren vivir en Paz. Ignorar, permitir y justificar la masacre, el genocidio que Israel está cometiendo contra el pueblo palestino, nos hace cómplices, partícipes pasivos y víctimas potenciales de lo que está por venir.
Ante las sonrisas, teatrillos y amenazas televisadas de Netanyahu, Putin, Trump o Kim Jong-un, no podemos quedarnos callados. Ante la pasividad de la cobarde y decadente Europa, el poder del capital, de los negocios de los señores de la guerra, de las inoperantes resoluciones de Naciones Unidas, los ineficaces Tratados de Paz o las inservibles sentencias de la Corte Penal Internacional contra los criminales de guerra, hay que gritar, patalear y hacer mucho ruido. Porque el silencio mata, legitima a los asesinos, ladrones y acumuladores de beneficios y borra el dolor, el sufrimiento que provocan las atrocidades que están cometiendo.
Si me uno a la flotilla, o a los que protestan en la Vuelta a España, o a los estibadores italianos que han amenazado con cerrar los puertos europeos a Israel si interfiere la misión de los barcos, o a los profesores encerrados en el Círculo de Bellas Artes de Madrid hasta que nuestro gobierno apruebe el embargo de armas a Israel, o a los millones de personas que se están manifestando, cacerolas en mano, en las calles de todo el mundo y en las redes, o al creciente número de israelitas que piden que se pare la guerra, o a los que piden el boicot en eventos culturales y deportivos con los que solo quieren, y le permitimos, blanquear su imagen, es porque quiero agarrarme a la esperanza de que otro mundo es posible y porque callar me supone soportar una losa demasiado pesada sobre mi conciencia, que ya de por sí pesa demasiado por todo lo que permite y soporta.
Si la flotilla fracasa, si las palomas de la paz no sobrevuelan libremente sobre los mástiles, si no se permite abrir el corredor humanitario por el Mediterráneo, si los alimentos, el abrigo, el techo, el calor y las medicinas no llegan a Gaza, si los niños siguen muriendo de hambre, si les privamos de las canciones, los juegos y las risas que sustentarán su vida, si sus padres son asesinados cuando van a buscar comida en los puntos de entrega, si nuestros gritos se vuelven a silenciar con las armas, si las amenazas de arrasar Gaza y contra los activistas a los que llaman terroristas se terminan cumpliendo, si no somos capaces de parar esta barbarie y los oligarcas construyen un resort sobre las tumbas de los palestinos, no podremos volver a llamarnos seres racionales y no podremos mirar a nuestros hijos a la cara por permitir que el fascismo, el sometimiento y la tiranía reinaran en el mundo.
Por la Paz, por los Derechos Humanos, por los gazatíes, por una Palestina libre, subiendo y bajando las olas, naveguemos junto a la flotilla, abramos una estela de esperanza en las aguas del Mediterráneo. Juntos somos más fuertes, invencibles.