Deseo a las estrellas

(Moisés S. Palmero Aranda, Educador ambiental) Pocos pueden abstraerse al atractivo de las Perseidas y la posibilidad de pedir un deseo. Yo he tenido la fortuna de hacerlo, y guiar dos observaciones, desde la cubierta del barco pirata Anne Bonny, y desde el corazón de Punta Entinas Sabinar.

Suele pasar que la espera para ver llover estrellas, sirve para dar un paseo entre las constelaciones, y para reflexionar, como el espantapájaros de 091, en cosas que nunca habíamos pensado, que inevitablemente, nos terminan llevando hacia las grandes preguntas filosóficas de nuestra especie, (a ritmo de Siniestro Total son más divertidas) de ¿quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos?, y que a su vez, terminan precipitándonos a las risas y chascarrillos cuando intentamos responderlas aludiendo a los extraterrestres; a los momentos tensos cuando lo hacemos a través de Dios; al debate entretenido, intelectual o de bocachanclas, cuando hablamos de datos e hipótesis científicas; o al silencio en el que te escondes de todos para disfrutar solo de los sentidos, de la belleza de la naturaleza.

Las estrellas nos han generado a lo largo de la historia miedo, fascinación, curiosidad, imaginación, ambición. Sentimientos, que con el objetivo de encontrar las respuestas, fueron el nacimiento de las religiones, de la ciencia o del arte.

Si alguien ha sabido reunir todos esos estados de ánimo y conocimientos para explicarnos, casi de forma poética, qué es el Universo, fue el astrónomo y gran divulgador científico Carl Sagan. Gracias a él, el vasto y frío Universo se nos presenta en la actualidad, a pesar del gran desconocimiento y de nuestra ignorancia supina, como un lugar más cercano, menos inhóspito de lo que en realidad es.

Sus numerosas publicaciones, y sobre todo sus intervenciones televisivas y la serie Cosmos, son la base de muchos de los estudios que están llevando a cabo en la actualidad, y de muchas de las historias de ciencia ficción, con el permiso de Isaac Asimov, que vemos en el cine de contactos con extraterrestres, de meteoritos que pueden acabar con nosotros o de viajes intergalácticos.

Fue quien nos explicó, con base científica y un lenguaje entendible, que somos fruto del azar, insignificantes y efímeros en el Universo. Nos enseñó qué son las estrellas, los planetas, los cometas, las leyes que rigen en el cosmos, el tiempo, la profundidad del cielo, las distancias que nos separan de esas estrellas que vemos en el mismo plano, y la necesidad de pensar de forma planetaria, olvidándonos de fronteras y territorios.

Habló de la probabilidad de vida inteligente extraterrestre fuera de nuestro sistema solar, cuando ni siquiera teníamos la certeza de que hubiese otros planetas. Impulsó el lanzamiento de sondas espaciales, los viajes a la Luna, los mensajes para contactar con civilizaciones alienígenas, y los proyectos para defendernos de los impactos de los meteoritos que podrían acelerar nuestra extinción. Se declaró agnóstico y negó la existencia de Dios. Y fue uno de los primeros en plantear, observando el punto sin retorno del efecto invernadero en Venus, las consecuencias del cambio climático, y la necesidad de promover políticas mundiales para evitar llegar a ese momento en la Tierra.

Un científico adelantado a su tiempo, como otros muchos astrónomos a lo largo de la historia. Con sus investigaciones, novedosos instrumentos, teorías y modelos fueron cambiando la idea preconcebida que teníamos sobre nosotros mismos y el planeta que habitamos, poniendo en jaque a las autoridades que gobernaban y que temían perder su prestigio, su poder, si sus preceptos y dogmas se ponían en cuestión.

Demostraciones que hicieron avanzar el mundo y que pusieron su vida en peligro. Todos recordamos, cuando hace apenas 390 años, Galileo Galilei se enfrentó al Vaticano, al defender la teoría copernicana de que la Tierra no era el centro del Universo, sino que girábamos, como otro planeta más, alrededor del Sol. Conflicto por el que tuvo que abjurar de sus teorías para salvar la vida, aunque se le condenó a vivir encerrado en su casa, acusado de herejía.

Para muchos la vida fuera de la Tierra son temas de ciencia ficción, patrañas para tenernos entretenidos sin provocarles problemas. Quizá tengan razón, y la verdadera revolución es la que tenemos que hacer aquí y ahora, olvidándonos de lo que hay fuera, y ocupándonos de la justicia, la libertad y la igualdad.

Esta noche volveré a mirar las estrellas y cambiaré mi deseo: Ojalá las palabras y las tetas de Amaral provoquen una Supernova, y nos sirvan para darnos cuenta de que no somos tantos como estrellas, pero sí suficientes para que no puedan pararnos.

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