Medusa y el hombre con suerte

(Moisés S. Palmero Aranda Educador ambiental) Por la mala costumbre de no preparar nada por escrito cuando tengo que hablar en público, acumulo una larga lista de oportunidades desaprovechadas, olvidos imperdonables, bloqueos desagradables, incómodos ridículos y susurradas peticiones a la tierra para que se abriese y me tragase.

Aunque me hago mi pequeño guion mental con las ideas que quiero transmitir, me confío a la improvisación, a la inspiración del momento, pero a veces, las emociones, los nervios, el ánimo, las dudas o el exceso de confianza, me llevan a tropezar, si no en la misma piedra, en una muy parecida.

En mi descargo, y para no parecer vago, kamikaze o prepotente, diré que mi forma de proceder está basada en la seguridad de que en mi mano no están los pequeños detalles, como si las luces serán suficientes para leer, el tiempo del que dispongas tenga que ajustarse por las cosas del directo o que el viento de poniente arranque el papel de mi mano.

Intentando no caer en los mismos errores, o por la ilusión y el agradecimiento, o para que quede constancia de lo que pienso y lo mismo no llego a decir, me siento a ordenar mis ideas de cara a la entrega de los Premios Athenaa del próximo viernes. En la VI edición, la Asociación Cultural Athenaa ha tenido a bien otórgame un reconocimiento por mi trayectoria personal, que por cierto ignoraba que tenía.

Uno piensa que sobrevive yendo de proyecto en proyecto, de idea en idea, de colaboración en colaboración, hasta que la cabeza de Medusa le obliga a mirar hacia atrás, para descubrir que no eran teselas desbaratadas, solitarias y reutilizadas que nadie quiso, sino que, sin saberlo, estaba diseñando un colorido mosaico donde se mezclan árboles de piruletas, delfines que nadan entre las estrellas, el bosque de los iguales, abuelos acebuches, un aula de ecología urbana, los cuatro bosques de MVRGI o flamencos volando por la punta del sabinar.

Supongo que la vida, tanto la personal como la profesional, será eso, un montón de piedras irregulares a las que vamos dándole la forma que podemos, para hacerlas encajar unas con otras, sin saber muy bien, si las herramientas elegidas son las adecuadas y si el dibujo final se parecerá mínimamente a lo que habías imaginado.

Descubrir que a alguien le gusta mi mosaico me ha emocionado, y que valoren la educación ambiental y la literatura infantil, mucho más. Dos herramientas pequeñas, casi invisibles, desprestigiadas por muchos, pero que me parecen fundamentales para cambiar el mundo, transformarnos individual y colectivamente, analizar los problemas de partida e imaginar las soluciones que nos lleven en otra dirección.

Como educador ambiental que me siento, lo de ambientólogo no tanto, aunque tenga más caché, que elige una asociación para realizar su trabajo, que te premien por difundir el territorio cercano, lo nuestro, lo local, aunque pensemos en lo global, es una satisfacción enorme.

Por eso es un honor, y ninguna obligación decirlo, compartir galardones con Paco Escobar, Sergio Fernández y la revista Farua, por su compromiso con el patrimonio cultural y ambiental del municipio y la comarca. Son, somos, «como esos viejos árboles», eslabones de una misma cadena o, quizá mejor, de una carrera de relevos, que tiene como objetivo recuperar, investigar y transmitir, para que no se pierda ni se tergiverse, el conocimiento, la cultura, las costumbres y tradiciones de un municipio al que le hicieron creer que no tenía historia ni naturaleza. Se equivocaron.

Ahora lo sabemos gracias a personas como Antonio Miras, Gabriel Cara o Hermelindo Castro, por citar algunos de los premiados en otras ediciones. Que mi nombre esté junto al suyo es un halago, una gran responsabilidad y, para ser sinceros, una agradable sorpresa. Pero soy consciente de que, aunque las estrellas de una constelación brillen juntas en un mismo plano, ni tienen el mismo tamaño ni emiten la misma luz ni están a la misma distancia.

No sé si este bosquejo de apuntes desordenados, será suficiente para hilvanar unas palabras de agradecimiento acordes a lo que siento. Pronto sabremos si pincho de nuevo en hueso o subsano mis errores pasados, pero, pase lo que pase, y aunque pueda malinterpretarse, por lo que intentaré no decirlo, un verso de Lapido, o la canción entera de 091, estará sonando en mi cabeza: «aunque parezca un perdedor, soy un hombre con suerte».

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