Aprendiendo de las cinco encinas

(Moisés S. Palmero Aranda, Educador ambiental) Cinco encinas crecen en mi balcón. No crean que aparecieron por arte de magia, las planté hace tres meses, días después de que me regalasen nueve bellotas de la Peana de Serón.  Cuando las puse a germinar, dos eran inviables, flotaban en el agua. El resto echaron su primera raíz envueltas en un papel húmedo. Aún no descarto que las otras dos también nazcan.

Reconozco que perdí la esperanza, tanto es así, que llevaba días pensando retirar los maceteros, reconocer el fracaso, y pasar página.  Pero tiene la vida esas casualidades que te hacen dudar de si no será cierto la existencia de esas fuerzas cósmicas que dicen dirigen nuestras vidas. No he perdido la cabeza, o sí, quién sabe, solo que últimamente busco clavos ardiendo a los que agarrarme para sobrevivir a la desesperanza.

No salgo de mi asombro al leer noticias relacionadas con el medio ambiente en Almería. En las Albuferas de Adra han empezado a gastar la pedrea del millón y anuncian que arreglarán carteles, las pasarelas de madera, harán una balsita para el fartet y la ranita meridional, y un súper refugio de murciélagos. Todo lo que se haga, bienvenido sea.

Lo triste es que no limpiarán la basura que flota en el agua y se acumula alrededor. Así que cuando los visitantes pasen por la impoluta pasarela hacia la Casa Matas a observar las protegidas malvasías, verán plásticos y garrafas de fitosanitarios flotando junto a las aves. Y si retirar lo evidente es inviable, atacar el origen de todos los males de la Reserva Natural, los invernaderos que las están asfixiando, contaminando y matando, ya ni hablamos.

En los mismos días, don Ramón, contestaba a la pregunta de ¿y el milloncito de las Salinas de Cabo de Gata, pa cuando? Pues para cuando firmen el convenio con la empresa salinera, que ellos ya han hecho su trabajo, incluso los ecologistas le han hecho el proyecto, dice el lince, y se queda tan tranquilo. Con tal de que no protesten, se conforma. A saber que entiende por ecologistas, porque lo mismo se lleva una sorpresa cuando sus acciones de lavado de cara, también generen discusiones.

Día arriba, día abajo, el mismo consejero anunció 180.000 euros para poner sombras artificiales, y así luchar contra las consecuencias del cambio climático, en el Parque de San José de El Ejido recién inaugurado, donde han gastado cinco millones de euros para arrancar la vegetación natural que había, cementar, añadir bonitos columpios, y dejar un espacio muy bonito para pasear y hacer deporte, pero cuando empiece a pegar el sol, a ver quién es el guapo que pasa por allí. Para eso son los toldos, me dirá alguno, y con razón, ¡qué no te enteras!

A esas noticias se le sumaba que primero la Sierra de Cabrera, unas siete hectáreas, y al día siguiente la Sierra de Gádor, como todos los años, esta vez cuatrocientas hectáreas, salían ardiendo. Y de nuevo a darnos con un canto en los dientes, porque era monte bajo y podía haber sido peor.

Con esa desazón de saber que siempre volvemos a la foto fácil y el chequecito limpia caras y tapabocas de urgencia y compromiso, llegué a casa. Y sin saber por qué, fui a mirar las encinas que sabía perdidas. Curiosamente, el día que más las necesitaba, los retoños de la encina milenaria, habían empezado a mostrarse.

Vinieron a insuflarme el aire que necesitaba, la palmadita en la espalda, el susurro de ánimo, el chute de adrenalina, la confianza resbaladiza y la seguridad de que nunca el tiempo es perdido. Esas primeras hojas sirvieron para borrar de mi mente las decisiones partidistas e inútiles que nos llevan al desastre y a centrarme de nuevo en el empuje de la gente pequeña que, haciendo cosas pequeñas y constantes, pretenden cambiar el mundo.

Comí pensando en el jardín canalero, en las reforestaciones planeadas para esta semana por grupos que insisten en sus proyectos a pesar de la falta de ayudas, como la bandeja de árboles que plantaron los amigos de Oria Verde, las cuatro convocatorias que lleva el Grupo Ecologista Andarax en Alhama y que reforzarán este próximo domingo con otra más, a los Cantacucos de Instinción que han vuelto a regar y seguir regenerando el entorno del Cerro de la Cruz, el AMPA de Félix y Enix, el proyecto de Serbal, o el del CEIP Federico García Lorca de Las Cabañuelas que vuelven a recordarle a la población de Vícar, que sin el bosque de la Sierra de Gádor no podremos recuperar los acuíferos que riegan nuestras hortalizas.

Las lecciones que he aprendido de las cinco encinas son que debería dejar de leer la prensa, olvidarme de los que no quieren escuchar, no meterme donde no me llaman y centrarme en plantar las pocas semillas que pueda. A ver si esta vez les hago caso.

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