Linces, lobos y la pasión de Cristo

(Por Moisés S. Palmero Aranda Educador ambiental) Que el ser humano tropieza con la misma piedra es una realidad constatada infinidad de veces. Esta semana dos noticias lo ponen de manifiesto, y mi mente las ha relacionado con el calvario, sufrimiento, la muerte y resurrección de Cristo que recordamos estos días. O dicho de otra manera, la soberbia del ser humano por convertirse en Dios, destruyendo lo inigualable que no puede controlar, para crear sucedáneos que manejar a su antojo.

La de repercusión mundial ha sido la “resurrección” del lobo gigante o terrible, una especie que lleva más de 12.500 años extinta, debido, según varias hipótesis, a un cambio de las condiciones climáticas y la caza del ser humano sobre su especie y sus presas, los mamuts, los perezosos gigantes y otras muchas. Situación que, salvando mucho las distancias, se está repitiendo ahora, cuando estamos inmersos en un gran cambio global y en la sexta gran extinción planetaria, ambas aceleradas por la acción humana.

Los grandes titulares son un ejercicio de marketing, una fábrica de generar beneficios adornada con bonitos mensajes de recuperación de especies y conservación de la naturaleza, pero que han reavivado el debate ético y ecológico de hasta dónde conviene llegar con los experimentos genéticos.

Lo de resucitar a los muertos por ahora solo es posible en la ciencia ficción o en la Biblia. Pero ese es el gran objetivo de todos estos experimentos: intentar engañar a la muerte, o al menos retrasarla todo lo que se pueda, prometiendo el elixir de la eterna juventud y, entre medias, vender mascotas extravagantes a pobres que solo tienen dinero y crear individuos a la carta. Humanos artificiales guiados por una inteligencia artificial, alimentados de productos artificiales y emociones enlatadas, todo creado y manejado por unos individuos sin ética ni moral, que solo pretenden controlar a sus súbditos.

Llevamos siglos hibridando la naturaleza, domesticándola a nuestro antojo de forma intuitiva. Las razas de perros, los mulos, el maíz de los mayas o las hortalizas de los invernaderos son algunos ejemplos. Mendel con sus guisantes comenzó a explicarlo de forma científica hace 150 años, pero el avance de la ingeniería genética, de los transgénicos de las últimas décadas, nos pone en una tesitura peligrosa, de consecuencias impredecibles sobre la biodiversidad, los ecosistemas y la salud humana.

Ahora somos capaces de mezclar de forma muy precisa genes de especies diferentes para hacer cultivos más resistentes a las plagas, con colores, tamaños y sabores distintos, y de recuperar genes de especies desaparecidas hace miles de años. Y como cobayas agradecidas nos estamos comiendo esos experimentos, medicando con ellos y utilizándolos como armas biológicas.

Uno de los avances de los que presumen estas empresas es que son capaces de generar bacterias que digieren el plástico y así eliminar nuestros residuos. En vez de producir menos, gestionarlos de manera adecuada y reciclarnos una y otra vez, el mensaje es que podemos seguir tirando lo que nos plazca, porque ya tenemos limpiadores.

Otra de las noticias que nos recuerdan los tropiezos continuos es que se han fotografiado dos linces en apenas unos meses en el Almanzora. Sumados a Troncho, que el verano pasado anduvo varios meses por la Sierra de Gádor, y al que apareció muerto hace varios veranos en la autovía, colocan a Almería como tierra de linces ibéricos, algo impensable hace un par de décadas porque estaba en el listado de especies en peligro crítico de extinción.

Muchos millones después, bien gastados, han conseguido pasarlo a peligro de extinción. Un gran paso que está dando sus frutos y muchas frustraciones. Estos linces vistos en Almería provienen de las reintroducciones que se están haciendo en Murcia desde 2023. En este tiempo han soltado 18, de los que siete han muerto, seis atropellados en carreteras y uno por disparos de un cazador. A ver cómo termina Queo, el que han fotografiado esta semana cruzando la carretera y al que han puesto en el mapa para que desaprensivos vayan a buscarlo.

No necesitamos resucitar especies tras su pasión y crucifixión. Lo que necesitamos es conservar las que tenemos, y para conseguirlo, debemos proteger los ecosistemas donde viven y los impactos que acaban con ellas. Solo conservando la naturaleza, manteniendo nuestra esencia natural, tendremos futuro como especie. Si nos dejamos arrastrar por un puñado de ricos que juegan a ser dioses, para controlar cómo naces, vives, te relacionas y mueres, viviremos más, pero seremos menos libres y no nos podremos llamar humanos, nacidos del humus, de la tierra.

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